martes, 3 de enero de 2017

La vuelta de Ivan Illich

Daniel Barreto


Durante los años setenta, los libros de Ivan Illich fueron una referencia para el pensamiento crítico. Sus análisis sobre la nocividad de la sociedad industrial, la alienación tecnológica y los efectos contraproductivos del desarrollo ilimitado del sistema de transportes o de la salud sacudieron muchas certezas a derecha e izquierda. Illich era un intelectual cosmopolita. Nacido en Viena en 1926 y formado como teólogo, historiador y filósofo en Italia, fue cura de la comunidad portorriqueña de Nueva York, vicerrector de la Universidad Católica de Puerto Rico y fundador de una insólita universidad alternativa en México, el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC).
Desde 1963, el CIDOC se convirtió en lugar de encuentro para la intelectualidad crítica internacional. En sus seminarios autónomos intervenían Erich Fromm, Paulo Freire, Paul Goodmann, André Gorz, Octavio Paz, Peter Berger, Susan Sontag, Enrique Dussel, John Holt y muchos otros. Con el impulso de estos seminarios en verdad libres, pues no estaban sometidos ni a la innovación ni al mercado, Illich escribió algunos de sus provocadores libros La sociedad desescolarizada (1971), La convivencialidad (1973), Némesis médica: la expropiación de la salud (1975).
A partir de los años ochenta, Illich desapareció del horizonte político y cultural. El CIDOC había cerrado sus puertas en 1976. Muchos sobreentendieron que su pensamiento se había apagado igual que los impulsos de la cultura alternativa y utópica de los sesenta. No era así. El itinerante y políglota Illich continuó profundizando en los temas y las preguntas que le habían apasionado desde el principio. Durante los ochenta impartirá clases y conferencias y, sobre todo, seguirá escribiendo, nunca aislado, sino en intensa colaboración con investigadores independientes a quienes se vincula con un extraordinario sentido de la amistad. Entre los libros de entonces hay que mencionar la que tal vez sea su mejor obra, En el viñedo del texto (1993). Vinculado a la universidad de Bremen en sus últimos años, Illich fallece en esa ciudad alemana en 2002.
Sin embargo, el olvido de Illich ha sido relativo. Su huella mantiene una influencia subterránea. Pienso, por ejemplo, en su colaboración con la pensadora feminista Barbara Duden o su eco de fondo en el filósofo italiano Giorgio Agamben. Charles Taylor, autor de una obra monumental sobre las transformaciones de la religión en la modernidad, La era secular (Gedisa, 2015), afirma haber encontrado en el último Illich la clave de su interpretación de la edad moderna. Esta no sería un proceso de sustracción gradual de lo religioso, la secularización, sino una traducción desviada de los valores del cristianismo.
En cualquier caso, llama la atención su nueva presencia en las librerías. A partir de 2006, Fondo de Cultura Económica comenzó a editar sus Obras reunidas, con mejores traducciones que las publicadas por Barral en los años setenta. Enclave Libros difundió en 2013 Conversaciones con Ivan Illich. Un arqueólogo de la modernidad, de David Cayley, larga y fascinante entrevista que proporciona una visión del itinerario de Illich. En la misma editorial acaba de publicarse una monografía sobre su pensamiento educativo, Desescolarizar la vida, de Jon Igelmo Zaldívar. En 2012, el sello Virus reeditó La convivencialidad y el año pasado apareció en Díaz y Pons El derecho al desempleo útil y sus enemigos profesionales con un prólogo muy esclarecedor de José Manuel Naredo.
La vuelta de Illich no es casualidad. La crisis económica, la crisis ecológica o la crisis de los refugiados, a quienes Europa da la espalda, son las caras de un proceso más profundo, “una crisis de civilización”, como ha dicho Emilio Fernández Maíllo. La salida no puede ser más de lo mismo. En su genealogía crítica de las principales instituciones modernas y de la ideología del progreso, Illich logró articular algunos rasgos de una sociedad futura mejor. Esta posibilidad, creía, se hace menos remota en las crisis, pues estas “pueden significar el instante de la elección, ese momento maravilloso en que la gente se hace consciente de su propia prisión autoimpuesta y de la posibilidad de una vida diferente”.
Según Illich, a partir de la revolución industrial, hay que distinguir dos tipos de instituciones: las manipulativas y las convivenciales. En las primeras el valor de uso se ha convertido en marginal. Solo importa el crecimiento independiente e ilimitado de las estructuras. Las instituciones manipulativas “gestionan” al individuo como mero recurso o material para su expansión (ahí tiene su origen la fría retórica que hoy recomienda “gestionar las emociones” o calcula el “capital humano”). Por eso debe emplear gran parte de su mano de obra en producir necesidades ficticias. Por ejemplo, la industria del automóvil genera la demanda de prestigio, velocidad o confort más allá de todo criterio o medida sobre las necesidades de desplazamiento y su satisfacción universalizable. Hay un umbral de crecimiento a partir del cual las instituciones producen el efecto contrario al que le daba sentido. La iatrogénesis, que remite a las enfermedades causadas por el propio sistema de salud, tendría su origen en la extralimitación de la lógica manipulativa.
Por el contrario, las instituciones “convivenciales” se mantienen a la altura del control y la libertad sociales, no colonizan la autonomía personal, se detienen ante ciertos límites y están siempre abiertas a ser sustituidas por alternativas. Como no son fines en sí mismas, sino que están al servicio del individuo, respetan su creatividad e imaginación. Las relaciones humanas vuelven entonces a ser posibles como experiencias no planificadas ni controladas por instancias impersonales.
No es difícil constatar que la tendencia de las instituciones actuales se orienta más a la función manipulativa que a la convivencial. Basta tener en cuenta la respuesta de la “alta política” europea a la crisis económica en curso. El reajuste del sistema y la “senda del crecimiento” legitiman, con el oscuro argumento del sacrificio, el sufrimiento de inocentes. Otro buen ejemplo son las redes sociales de internet, donde la atención y la energía psíquica son modeladas directamente según la forma de la mercancía. Frente a esta lógica dominante, ¿en qué instituciones es posible rastrear hoy restos o quizá anticipos de una dinámica convivencial? Es urgente pensarlo. Por eso regresa Ivan Illich.

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