jueves, 6 de septiembre de 2012

Amistad mesiánica

por Fernando Herrera

La Correspondencia 1933-1940 entre Walter Benjamin y Gershom Scholem revela el trasfondo de una de las amistades intelectuales más fascinantes de la historia moderna, y un punto de vista novedoso sobre la vida y los proyectos de ambos autores.

Como continuación secular de las escuelas proféticas del Israel antiguo, la espiritualidad laica de los pensadores judeo-europeos del siglo XX (Buber, Rosenzweig, Bloch, Benjamin, Kracauer, Scholem, Adorno) fue el detonante de una revolución intelectual que, sobre todo en su crítica de la idolatría del ser y del fetichismo cultural, apenas tiene parangón en el campo de la filosofía mundial contemporánea. Originada en el exterior del occidentalismo dominante (dicho en términos metafísicos tradicionales: en el «no-ser»), el denominado «Nuevo Pensamiento» se caracterizó por desocultar, quizá como nunca antes había ocurrido, el cariz violento y totalizante de la razón moderna, su falsa y deficiente noción de universalidad. El propósito, reorientar el pensamiento y la acción en sentido liberador, creador, salvífico.

Tras la Guerra del 14, la masacre civilizatoria provocó no solo el derrumbe de los patrones socioculturales vigentes, sino también la emergencia de tradiciones contraculturales, ocultas y heterodoxas que se proponían discernir qué había ocurrido. La guerra como cosificación extrema de la vida disparaba todas las alarmas, poniendo en severa cuestión los presupuestos ilustrados. Es en ese contexto que, aun con matices y divergencias, los filósofos judíos alemanes reinventan el mesianismo primigenio y denuncian desde la Diáspora el creciente integrismo de la cultura europea, su impotencia para admitir la singularidad de la persona, la diferencia y la invalorable alteridad del Otro hombre.

Entre los autores citados hay quienes destacan no solo por la profundidad de su obra, sino también por la prolífica amistad que cultivaron. Nos referimos al filósofo Walter Benjamin (Berlín, 1892-Port Bou, 1940) y al erudito e historiador de Cábala Gershom Scholem (Berlín, 1897-Jerusalén, 1982), dos de los creadores más originales de su tiempo. Habiéndose conocido en julio de 1915 en la berlinesa Asociación de Estudiantes Libres, el vínculo que tejieron nos habla de dos mentes excepcionales que supieron construir lo mejor de su pensamiento en estrecho diálogo, asumiendo con una integridad ejemplar el asedio de una de las épocas más oscuras de la historia occidental.

De la relación, que tras emigrar Scholem a Palestina en 1923 fue a distancia salvo por dos encuentros fugaces en París (1927/1938) conservamos un maravilloso epistolario que, confiscado en parte por la Gestapo en el domicilio parisino de Benjamin en 1940, tras la guerra fue a parar primero a la URSS y luego al Archivo General de la antigua RDA. Para Scholem, recibir copias de las cartas fue, en noviembre de 1977, «el regalo más precioso y rejuvenecedor» en ocasión de su octogésimo cumpleaños.

Publicada por primera vez en castellano hace ya veinticinco años por Taurus (la primera edición alemana es de 1980), y reeditada por Trotta en 2011, la correspondencia comprende 128 cartas de las cuales se desprende «una franqueza sin reservas, cimentada sobre la confianza mutua», según dijera Scholem; y, en tanto que documento histórico y cultural, una devoción descomunal, apocalíptica, por el sentido último de la vida y el destino del mundo.

En las cartas se dan cita un cúmulo de experiencias y vicisitudes, íntimas y públicas, familiares, sociales e intelectuales; sentidas reflexiones y ardientes controversias. En las de Benjamin ocupan un lugar central los eventos políticos ocurridos en territorio europeo, su forzado exilio, las dificultades económicas, el destino de su biblioteca. En suma, el abatimiento que como hebreo y homme de lettres padece en un continente dominado por el nazi-fascismo. Encontramos aquí piezas fascinantes, a la altura de su obra: «En estos tiempos que ocupan mi fantasía a lo largo del día con los problemas más indignos, experimento de noche, con más y más frecuencia, cómo ésta se emancipa en mis sueños, que casi siempre son de contenido político. Me agradaría mucho tener alguna vez la oportunidad de contártelos. Constituyen un atlas ilustrado de la historia secreta del nacionalsocialismo» (3-III-1934). Scholem, por su parte, retrata la violencia desatada contra los judíos en Tierra Santa, su aversión a escribir en alemán, los problemas de su familia en Alemania, su traducción del Zohar o las dificultades de la Universidad hebrea de Jerusalén.

En paralelo se conjuga lo intelectual: los «Pasajes» de Benjamin; su vínculo con el Instituto para la Investigación Social frankfurtiano; las investigaciones cabalísticas y el activismo místico-sionista de Scholem; la influencia materialista de Brecht sobre el filósofo −que pasó los veranos de 1934, 1936 y 1938 en casa del dramaturgo en Dinamarca−; las lecturas y hallazgos de cada uno; o las circunstancias de la emigración judía son, entre otros, hechos preponderantes en el día a día de la correspondencia. El tenor vital y la sinceridad que se desprende de los textos los convierten en una fuente capaz de alumbrar la cotidianidad, la rutina y hasta los silencios de ambos pensadores durante los ruinosos años 30.

Pero el hecho más inquietante quizá sea la vivaz conversación teológico-filosófica que mantienen, en 1934 y 1938, sobre la escritura de alguien que los deslumbra, Franz Kafka. Todo se inicia a raíz de un encargo que, dadas las penurias económicas de su amigo, Scholem le consigue a Benjamin en la revista Jüdische Rundschau en el décimo aniversario del fallecimiento del narrador. Una vez aceptada la colaboración, Benjamin insta a Scholem a aconsejarle sobre el aliento judío subyacente a la escritura kafkiana.

La cuestión se dilata. Benjamin manifiesta que el texto está virtualmente terminado y envía a Palestina una versión provisional que el historiador de la Cábala desaprueba: Benjamin ha «excluido la teología» de su interpretación. Scholem le envía un poema titulado «Con un ejemplar del Proceso de Kafka», que suscita especial interés en Benjamin, amplificando su visión del asunto. La clave, para Scholem, es que Kafka sumerge su obra en la Nada de la revelación, «estado en el cual ésta aparece vacía de significado, en el que si bien se afirma y es válida, sin embargo, no significa». La revelación no se realiza, permanece obturada, siendo confinada a un punto cero de contenido propio que, dado que no puede desvanecerse, hace surgir su Nada. El poema habla de ello, en versos que Benjamin destaca: Solo así la revelación ilumina / el tiempo que te condenó / solo tu nada es la experiencia / que puede obtener de ti.

Benjamin continúa el tratamiento de su ensayo, incorporando en parte las críticas de Scholem y sometiéndolo a una constante revisión antes de ser publicado, aunque manteniendo la controvertida tesis de que el tiempo kafkiano se mueve en el «premundo» anterior a la revelación.

En 1938, mientras Scholem está en Nueva York y se encuentra con Adorno, con quien traba una muy buena relación, Benjamin vuelve a Kafka en una extensa carta, fechada el 12 de junio. Allí examina la a su entender fallida biografía de Max Brod, y retoma su exégesis con una lucidez que Scholem celebra. El curso de los tiempos, se deduce, incide sobre la interpretación. Se trata de la carta en donde el filósofo cita la sentencia de Kafka: «hay muchísima esperanza, pero no para nosotros».
Los últimos años de la correspondencia reflejan el creciente desamparo de Benjamin en París. Es, como han dicho sus mejores intérpretes, «medianoche en el siglo», y la amenaza de la persecución y la guerra total se van convirtiendo en realidad, sobre todo tras su confinamiento, a fines de 1939, en un campo de internamiento para refugiados. Irrumpen entonces, tras finalizar su Baudelaire, las Tesis sobre el concepto de historia, testamento político e intelectual de Walter Benjamin.

Como expresa Scholem, el apego extremo a la investigación y la escritura adquiere, en aquel dramático 1940, rasgos salvíficos. Benjamin habla entonces a Scholem de «las manifestaciones del espíritu de la época, que ha provisto al paisaje desértico de estos días de unas señales que, para viejos beduinos como nosotros, son inconfundibles». Si de Deutsche Menschen, publicado en la Alemania nazi bajo seudónimo, Benjamin señaló que era el «arca que he construido cuando el diluvio fascista comenzaba a arreciar», puede decirse que las Tesis se hallarán en la otra punta del cabo; en el final de una vida que, poco a poco, y con una serenidad insobornable, fue desplazándose hacia la intemperie de sí misma. De todo ello dan cuenta estas cartas, expandidas en semejanza a lo que es infinito.